– «Habéis volado desde un país lejano, recorrido una larga distancia por carretera, habéis subido una empinada montaña a pie, para llegar hasta aquí y concedernos la dicha de compartir con nosotros vuestra presencia. Os estaremos eternamente agradecidos».
Así iniciaba la conversación Sheifé, «espada» en la lengua local, suegro de Teresa, cuando apenas nos habíamos recostado sobre unos sacos de grano en la parte principal del salón, en el espacio reservado a la dignidad de las visitas. ¿Entenderá que aquí los agraciados somos nosotros por las grandes lecciones que nos han dado?

Teresa no solo es guapa. Es la nuera de Almaz (“diamante”) y Sheifé (“espada”), mujer de Bisluté y madre de Guerremeu y Desi. Teresa tiene la sonrisa grabada en su rostro. Teresa mantiene la casa, trabaja la tierra y cuida de sus hijos. Acude casi todas las mañanas a la iglesia de la Misión, a las 7:00, a entonar ese cántico repetitivo que llaman rosario.



Teresa es una mujer afortunada. Su casa rectangular así lo atestigua. Tejado de chapa y la cocina aparte. Aunque no están pintadas las paredes de abobe, en el salón-dormitorio se acumulan los sacos de grano y leña: habas, garbanzos, sorgo, teff, lentejas, …..

Para Guerremeu y Desi somos una fiesta. Al principio «extraños» a los que observar; pasados unos minutos, colegas de juego. «Vamos a hacer volteretas» ….. y, sobre la zona del salón vestida con esterillas se lanzan clavándose primero contra el suelo para después conseguir dar la vuelta completa.

En casa de Teresa es común, como en el resto de hogares del Valle, que cualquier vecino de la zona se sume al rito del café y aproveche el momento para descansar de su propia faena en el campo. Palabras para el encuentro, el reconocimiento y la gratitud. La solidaridad es el hilo conductor e invisible que articula cualquier discurso y está presente en las acciones de cada cual. El valor de la comunidad por encima de unos y de otros.



Llegada la hora de la merienda y mientras Teresa prepara el café, los pequeños Guerremeu y Desi se concentran en su plato de habas. La gallina y sus polluelos amenazan con arrebatarles su merienda.


En el juego de reconocimientos vibra la ingenuidad de un niño. Y detrás el cariño de una madre. Y es que para Teresa los días son esa excusa con la que amasar la alegría y compartirla.
